A las nueve y media de la mañana del 1 de noviembre de 1755, una parte importante de los habitantes de Lisboa se encontraba en el interior de las iglesias parroquiales y conventuales, celebrando el día de Todos los Santos, fiesta nacional. Lo mismo ocurría con la familia real portuguesa -el rey José I, la reina Mariana Victoria y sus hijas-, que asistían a misa en la iglesia del convento de Santa María de Belém, en Belém, cerca de Lisboa. De repente, se produjo un terremoto, considerado uno de los más mortíferos de la historia sismográfica. En efecto, el terremoto de Lisboa de 1755 alcanzó una magnitud de entre 8,7 y 9 grados en la escala de Richter, y se calcula que más de 10.000 personas perdieron la vida. La Familia Real escapó a la catástrofe por encontrarse en Belém y no en el Paço da Ribeira, el centro de Lisboa, que quedó aún más destruido por un tsunami y varios incendios. Además de la pérdida de vidas humanas, el país también perdió una parte importante de su patrimonio artístico-documental (el Paço da Ribeira y el Palacio Ducal de los Duques de Braganza en la Rua do Alecrim), lo que resultó perjudicial para la historia cultural de la nación. El terremoto de Lisboa también tuvo repercusiones en España, sobre todo en el sur, y los efectos del tsunami se dejaron sentir en todo el mundo.