Funerales y catafalcos

Los funerales reales eran la parte más importante del ceremonial luctuoso del Antiguo Régimen. Tras la despedida física del cuerpo, se llevaban a cabo ceremonias públicas, obligatorias en todos los territorios de la monarquía hispánica, para expresar el dolor por la pérdida. El grado de magnificencia de las ceremonias lo determinaba el organizador, que podía ser la ciudad, el virrey o un representante religioso.

El esplendor de las celebraciones se hacía especialmente patente en la construcción de catafalcos, monumentales estructuras efímeras que se erigían en el interior de las iglesias para representar alegóricamente al rey fallecido a través de los emblemas reales, la corona y el cetro. Los catafalcos eran una combinación perfecta de arquitectura y escultura, representando tanto los valores del monarca como los territorios de su señorío a través de figuras alegóricas.

Los cirios de cera colocados en distintas partes de los catafalcos expresaban tanto el paso del tiempo, indicado por la cera derretida, como el ambiente de conmemoración propio del luto, favorecido por el olor de santidad asociado a la realeza.