La gloria de Niquea
En la primavera de 1622 tuvieron lugar diversas celebraciones en el “lugar real” de Aranjuez para conmemorar el primer cumpleaños como rey de Felipe IV, tras su ascenso al trono después de la muerte de Felipe III. No faltaron las representaciones teatrales promovidas por la reina Isabel de Borbón, quien, gran amante del teatro, encargó la puesta en escena de varias obras durante las fiestas. El Conde de Villamediana respondió al encargo con la comedia La Gloria de Niquea, en la que la propia reina encarnaba el papel de diosa de la Belleza.
El carácter exultante del Real Sitio favoreció la elección del Jardín de la Isla, a orillas del Tajo, junto al palacio, como proscenio de la puesta en escena. El magnífico teatro efímero que se construyó generó grandes expectativas entre los espectadores. La escenografía fue particularmente brillante. Sorpresas visuales y acústicas durante la actuación se alternaron con sensaciones olfativas diseñadas para sorprender al público.
Uno de los carros ideados en la puesta en escena, fue tirado por Tauro:
Desataron con aromas la Asyria y Pancaya, sin las yervas y flores, que alanbicadas vistieron de olorosa fragrancia la pureza de los aires, y como el Carro espirava rayos de visivas luzes, parecía oloroso monumento de la abrasada Fenix […]
El contexto natural del jardín, ligado per se a olores agradables, fue potenciado con recursos artificiales, generando un contexto particularmente embriagador, evocando una memoria olfativa más allá de lo visual y acústico:
[…] y parecio en lo superior del Trono un jardín, bella traslacion de Hiblea, y las gradas con blancos macetones de flores, y yervas diferentes, […]