A pesar de las súplicas del ayuntamiento, que llegaron incluso al rey, no hubo marcha atrás y el nuevo ceremonial se mantuvo.
Para facilitar esta ausencia de contacto con los fieles, se acordó que la reliquia se expondría en los púlpitos y después directamente en los balcones.
El obispo insistió en que la veneración de la reliquia consistía en ostenditur (ser mostrada) pero no en tangitur o deosculatur (ser tocada o besada).

Por tanto, no hubo toques ni besos y se siguió el mismo ritual que en Roma con la otra copia impresa del rostro de Cristo, conservada en la basílica de San Pedro.